viernes, 5 de julio de 2013

Una parte de Quito sin altura

Otro paso a destacar por la capital del Ecuador fue en "Carmine".

 La llegada a esa antigua casa, deja ver que en la ciudad de Quito existió, también, mucha gente de gran vivir y un gusto "a la europea". Por un momento me hizo ilusionar con otra noche de extraordinario paladar y generosidad etílica.

Un lugar repleto de gente joven pero de buen pasar económico distribuidos en los diversos salones de la casona, eran unidos por la música de un pianista que se esforzaba en torturar a los comensales con su repertorio a lo Richard Clayderman y que realmente me hizo odiar la decisión de ir a este restaurante.

El menú llego en una pizarra dibujada en marcador indeleble que mostraba de un lado las entradas y los platos, mientras que el reverso tenia los postres.
La idea empezó divertida, pero cuando intente elegir la comida me resulto bastante incomodo, poco práctico.
Mientras la música me taladraba la cabeza y daba cuenta del pan, me decidí por un vino Australiano. Un Cabernet Sauvignon del sur de Australia producido por Pendolds al que le di un 8.4 y resulto extremadamente caro para la calidad presentada. Nada tiene que ver sus 13.5% de alcohol ni su exagerada uva en boca; lo que no me gusto, fue su falta de cuerpo; se me fue demasiado rápido de la boca y termino pasando sin marcarme.

Estos son los momentos en los que la falta de un Sommelier me molesta. Porque no hay guía para quien no conoce los vinos y el mozo, por mas buena voluntad que tenga, solo intenta que elijas el vino mas caro, aunque no sepa la diferencia entre un Cabernet Sauvignon Australiano y un Syrah Chileno; que fue el primero que me trajo. A la distancia podría haber sido mejor quedarme con el trasandino.

La carta de vinos era claramente dominada por las etiquetas Argentinas, pero esta vez la calidad era media y baja aunque los precios parecían de la más alta gama. Muchos blancos Chilenos y sudafricanos y una considerable variedad de Norte Americanos y Australianos.

La entrada fue un Antipasto como para un batallón que desapareció rápido y furioso, pero en lugar de ser la quinta parte de la zaga cinematográfica, se dividió entre los 5 que estábamos en la mesa.


Mi plato fuerte fue un Spaghetti con frutto di mare que tampoco me hizo suspirar y se llevo consigo lo que quedaba del vino. Las pastas desabridas, un tanto pasadas de su punto y con los frutos de mar que, realmente, no marcaban ninguna diferencia. Un plato al que le faltaba algo más, ese plus que se encuentra en las cocinas donde los "chef" demuestran pasión y la boca y el alma lo sienten.

Si tuviera que definir la noche, el termino "sin cuerpo" seria perfecto.
No dio para pedir postre. La pizarra no acusaba nada donde el chocolate estuviera presente y la botella de vino había muerto en el intento.
El piano seguía sufriendo y ante una posibilidad cierta de caer en una aguda depresión o de convertirme en un asesino serial al mejor estilo película de Quentin Tarantino, decidí partir a sabiendas de no volver, al menos en lo inmediato, a esta espectacular casa-restaurante o casa con restaurante.

La única certeza es que si los vinos no estuvieran un 400% por encima de su precio, me habría pedido otra botella para acompañar un postre cualquiera, solo para dejar un final dulce en la noche.

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